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Fernando Armas. Ignacia Rodulfo y la Fundación Ignacia. Una vida de compromiso y una institución centenaria. Felipe Portocarrero Suárez

El libro que comentamos reconstruye de una manera prolija y sólidamente documentada el comportamiento altruista de una de las más destacadas mujeres filántropas peruanas. Una figura que hizo del compromiso social hacia los más vulnerables su principal propósito de vida: María Ignacia Francisca Rodulfo y López Gallo. Entre la segunda mitad del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX, período durante el cual se desarrolla su fecunda biografía, los valores religiosos del catolicismo hicieron que Ignacia encontrara en las prácticas caritativas y en la ayuda a los menos afortunados una forma de trascender las limitaciones de nuestra humana mortalidad. A la largo de cinco capítulos, Fernando Armas logra una notable contribución al poco explorado campo de la historiografía peruana referido al comportamiento altruista y a las prácticas filantrópicas inspirados en la religión católica.

El autor presenta una lograda síntesis biográfica de Ignacia Rodulfo, desde sus primeros años hasta su fallecimiento en París a los 75 años de edad, dejando su patrimonio al servicio de lo que había inspirado su dilatada vida: las obras de piedad y la beneficencia. Estamos frente a una singular dama católica, cuya discreta trayectoria vital se inscribe en el cuadro más amplio de los procesos políticos y sociales del Perú decimonónico, incluida la Guerra del Pacífico (1879-1893) que abatió y empobreció, con una dureza inusitada, la vida de los peruanos de la época. La reconstrucción de la vida de sus padres y hermanos, de sus dos matrimonios, de las redes familiares y de los debates acerca del papel de la Iglesia Católica en la sociedad, forman parte del bien logrado escenario histórico que nos presenta Fernando Armas.

Asimismo, concentra su atención en las cláusulas testamentarias que dieron origen a la creación de lo que con el correr del tiempo se convertiría en la centenaria Fundación Canevaro, la que, según se nos dice, fue un “adelanto práctico para su tiempo” (sic.). Las complejas regulaciones contenidas en los Códigos Civiles de 1852 y 1870 -y más adelante el de 1936 y el de 1984-, dan cuenta de los diversos obstáculos normativos y jurídicos que la voluntad póstuma de la finada hubo de sortear para plasmar su propósito de crear una fundación con hondas raíces religiosas. Particularmente interesante es el acápite dedicado a lo que podríamos llamar en términos modernos la gobernanza de la Junta, a la composición de sus miembros y a las no siempre fáciles relaciones con la burocracia del Estado, sobre todo en lo concerniente a materias tributarias.

Fernando Armas aborda la gestión económica a lo largo de un siglo de vida institucional de la Fundación Ignacia. Se trata de una sección abundante en información cuantitativa y en el análisis de los avatares que hubo de atravesar la institución a lo largo de varias décadas. Durante la segunda mitad de la década de los años veinte, la gestión económica y administrativa realizada por la Junta y el Banco de Perú y Londres tuvo como objetivo cumplir con la voluntad de la finada, e incluso se contrató a una consultora para revisar las cuentas de esta última entidad financiera y mejorar su desempeño financiero. La gran depresión de 1929 impactó duramente a la fuente de ingresos de la Fundación al generarse una disminución de entregas monetarias por parte de algunas empresas, acumularse deudas impagas por el alquiler de varios inmuebles, caídas en las rentas generadas por los fundos agrícolas y, en general, al impacto que la aguda recesión productiva generó en la economía peruana.

Superada la crisis económica (1929-1933), desde este último año y hasta inicios de 1950, las finanzas de la Fundación se estabilizaron y la gestión patrimonial rentabilizó mejor sus activos inmobiliarios y agrarios, no obstante la presencia de un bache producto del terremoto de 1940. Puede decirse que la Fundación se adaptó bien a los cambios que se estaban generando en Lima como resultado del proceso de urbanización que comenzaba a despegar, proceso cuya velocidad se volvería exponencial en las décadas siguientes. Los diversos gobiernos y alcaldes de Lima que se sucedieron durante los años posteriores produjeron que la Fundación experimentase una profunda transformación en su estructura patrimonial, tal como lo ilustran los casos de los fundos Mendoza y San Juan, cuyas vicisitudes dan cuenta de los turbulentos años transcurridos sobre todo durante la Junta Militar de Gobierno con las continuas expropiaciones de terrenos y los subsecuentes litigios judiciales. Transparencia en la gestión económica y buen criterio en la gestión financiera caracterizan, según el autor, estas décadas difíciles y complejas, pese a que hacia fines de 1978 la política de inversiones hubo de ser limitada para regresar a las subvenciones originales. Luego de unos años 80 inestables, los 90s lograron estabilizar y mejorar el desempeño de la Fundación. La presentación de gráficos con las estructuras de ingresos y gastos en diversos años ayuda al lector a tener una perspectiva comparada y clara de la evolución experimentada en la composición patrimonial.

La inclusión del capítulo cinco representa un acierto en el mejor sentido de la palabra. El autor encargó a la periodista Carmen Solari y a la economista Vanessa Cantoral, la elaboración de lo que denominan ‘vidas transformadas’, es decir, biografías de personas que fueron beneficiadas por la Fundación Ignacia. Se trata de personas que llegaron siendo niñas al Puericultorio Pérez Araníbar y que, con el cuidado de las hermanas de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl y el correr del tiempo, se convirtieron en ciudadanos de bien, profesionales competentes y empresarios exitosos. La galería de personajes es notable: Dionisia Guardia, economista y empresaria ayacuchana; Félix Cuadros productor musical huaralino; Guillermo Urbano empresario limeño; Jorge Zegarra, clavadista profesional limeño; Karen Estrada, profesora en educación especializada en lenguaje y audición; y, Lucy Briones, profesora cesante jaujina. Luego de la lectura de estas breves biografías se hace evidente el papel esencial que jugó la Fundación Ignacia en la transformación de sus vidas.

El libro, en su versión amplia, termina con la inclusión de la lista de 6 anexos que proporcionan un interesante material histórico poco conocido que sirve de base a la narrativa de los cinco capítulos previos. En resumen, nos encontramos frente un valioso trabajo de reconstrucción histórica acerca de Ignacia Francisca Rodulfo, una mujer notable cuyo sentido de la responsabilidad social, anclado en firmes convicciones católicas, ha dejado un legado trascendente en la historia de la filantropía en el Perú.

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PRESENTACIÓN DEL LIBRO IGNACIA RODULFO . Una vida de compromiso y una Institución Centenaria: y la Fundación Ignacia. Fernando Armas Asín.

Muy buenas noches: Señora Pilar Freitas Alvarado, Presidenta de la  Junta de Administración de la Fundación Ignacia,  señores miembros de la Junta Administradora, señoras y señores:

Es para mi un honor haber sido convocada para presentar un libro tan importante y singular, que bajo el título IGNACIA RODULFO . Una vida de compromiso y una Institución Centenaria: y la Fundación Ignacia, nos introduce al conocimiento de la labor social y religiosa que desarrolló Ignacia Rodulfo viuda del general César Canevaro, emparentada con las principales familias de la capital y poseedora de una de las más importantes fortunas entre finales del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX, en la ciudad de Lima  La trascendencia de su obra dio origen a una Fundación  que ha cumplido cien años de existencia y que hoy toma el nombre que le corresponde: Fundación Ignacia.

El autor es el doctor Fernando Armas Asín, cuya trayectoria como historiador de temas religiosos, económicos y sociales, entre los siglos XIX y XX,  es ya bastante larga y fructífera. Nos presenta  el papel que ha jugado la Iglesia Católica  en la atención a los necesitados a través de la obra  de Ignacia Rodulfo, mujer que, como se puede ver en este texto, encarna la verdadera esencia de la caridad cristiana, entendida como expresión de la enseñanza del Redentor cuando dijo “No hay amor más grande que el de aquel que da la vida por sus hermanos”.

¿Qué es lo singular de Ignacia Rodulfo? Para entenderlo debemos trasladarnos a la segunda mitad del siglo XIX, cuando el pensamiento liberal, laicista y anticlerical afectó a todo Occidente y quiso reemplazar a la Iglesia Católica en la labor formativa de las nuevas generaciones en las escuelas y colegios, así como en las obras de asistencia social, para lo cual confiscó parte importante de los bienes que manejaba la Iglesia Católica a través de instituciones educativas, congregaciones religiosas, ayuda hospitalaria y otras obras de bien social, que el Estado pretendió asumir.

La mujer en este tiempo, de acuerdo al Código civil de 1852, tenía limitaciones para disponer de sus bienes, no podía administrar directamente su patrimonio, debía hacerlo a través de un varón de la familia, a pesar de lo cual ya ella estaba despertando y trataba de introducirse en la vida pública tanto intelectual, como de negocios, y más adelante política, pero se le consideraba menor de edad,[1] al igual que a los discapacitados. Este despertar se manifestaba en los salones literarios, de carácter netamente mundano y alejado de las prácticas religiosas, con un sello predominantemente anticlerical e imbuido de expresiones feministas, reivindicativas  de los derechos políticos  y sociales para la mujer.

A este relegamiento de la Iglesia Católica contribuyó en mucho la competencia de otras iglesias cristianas que  fueron autorizadas para abrir instituciones educativas, como fue el caso del colegio que es hoy María Alvarado[2] (Hihgt School). Estas confesiones alentaron la mayor libertad de las mujeres en cuanto a costumbres y libre pensamiento.

Este no fue el caso de Ignacia Rodulfo, como se ve a través de este texto. Ella se desenvolvió en un ambiente conservador, de principios firmes, tanto en materia política, como religiosa. Podríamos señalar que las posturas de las mujeres frente a la religión católica oscilaron entre tres actitudes: la primera fue la de quienes se declaraban librepensadoras como Clorinda Matto de Turner, Trinidad Enríquez, Teresa González de Fanning, Mercedes Cabello de Carbonera; un segundo grupo que, sin dejar de identificarse como católicas, manifestaban cierta frialdad religiosa, sería el caso de Zoila Aurora Cáceres; pero el tercer grupo en el cual ubicamos  a Ignacia Rodulfo y sus amistades  más cercanas mantenían su fidelidad a la ortodoxia Católica, apostólica y romana, y practicaban  la verdadera caridad, como el caso de Isabel Panizo, esposa de Enrique de la Riva-Agüero, ambos católicos practicantes del entorno de Ignacia.

Doña Ignacia no participó del feminismo británico o francés que hizo tanto hincapié en el libre pensamiento y la libertad total de la mujer, al estilo de Flora Tristán desde la primera mitad del siglo XIX. Tuvo si una marcada inclinación a la solución de los problemas sociales, porque vivió los años siguientes a la post guerra con Chile, cuando gran parte de la sociedad peruana sufrió la carestía, la escasez y, en muchos casos, la miseria, de allí que gracias a que gozaba de  bienes heredados de sus padres y de su primer esposo (Francisco Sal y Rosas) consideró una obligación, practicar el amor a los menos favorecidos y atender a las necesidades de su prójimo entre quienes contó tanto  a los más cercanos (familiares y amigos caídos en desgracia) como a los más lejanos, como podían ser quienes vivían en la otra orilla del río Rímac, ya que ambos precisaban dc su apoyo, aunque también dentro de la Lima cuadrada había muchos indigentes.

Hay algo más que distingue a esta dama, a diferencia de otras de su abolengo. Ella no se dejó llevar por el ambiente de frivolidad de los círculos sociales a los cuales pertenecía, porque no gustaba de los alardes de quienes contribuían a aliviar las necesidades de los menesterosos, pero haciendo ostentación de su generosidad. Tuvo también  un concepto de la ayuda social con proyección al futuro, es decir sobrepasó la labor puramente momentánea y asistencialista, para convertirla en un apoyo al desarrollo humano mediante la preparación de las nuevas generaciones en el ámbito laboral, a través de la educación, expresado en su respaldo a establecimientos para huérfanos, sin dejar de lado a los ancianos, a quienes apoyaba hasta su deceso.

El final del siglo XIX y los comienzos del XX nos enfrentan con arduos problemas sociales que son denunciados por el papa León XIII en su encíclica Rerum Novarum, en la que trata de salvar la dignidad del trabajador alentando a los católicos a tomar conciencia de la situación y del papel que debía tener la Iglesia para mejorar la calidad de vida de los más necesitados. Cuestiona por igual al comunismo y al capitalismo para los cuales el trabajador pierde su valor como persona.

A raíz de los ataques a la Iglesia católica, en el Perú se realizó el primer congreso Católico, donde uno de los temas fue el social. La presencia de lo que empezaría a considerarse como la Doctrina Social de la Iglesia fue tratada en los círculos católicos más activos y debe haber hecho reflexionar a Ignacia Rodulfo sobre la urgencia de emprender una obra perdurable que realmente aliviase la vida de los desheredados.

Podemos decir que el establecimiento de una Fundación que manejase sus bienes de acuerdo a su voluntad de servicio a la sociedad fue el medio más adecuado para impedir que los fines de su legado pudieran distorsionarse, ya sea por intervención del Estado o de intereses particulares alejados de su espíritu de ayuda a los más vulnerables y a la Iglesia.

Las fundaciones llegaron a tener un estatus legal solo a partir del nuevo Código Civil de 1936, en el cual, como se ha señalado, se incluyeron también los derechos de la mujer para disponer libremente de su peculio. Así nació la Fundación Canevaro, hoy Fundación Ignacia que no solo se ha encargado de dar cumplimiento al testamento de esta benefactora, sino que  ha alcanzado su primer centenario de vida fructífera y puesto en práctica los anhelos de ayuda al prójimo y a la Iglesia encarnada en la Compañía de Jesús y la Iglesia de San Pedro,  al asumir los ideales de San Ignacio de ser soldados del Papa..

Doña Ignacia no fue una mística ni una intelectual, tampoco una lideresa política, fue si una mujer luchadora por sus ideales para mejorar la sociedad y, en especial a  los grupos más débiles: niños, ancianos, mujeres y quiso que la labor que ella inició fuera continuada por hombres y mujeres comprometidos con la Iglesia, de allí sus directivas para la conformación de la Junta que manejaría su legado. Buscó evitar la presencia de intereses políticos, para lo cual era necesario que accedieran a la Presidencia de la fundación personas probas, de sensibilidad social y religiosa y visión para los negocios.

Como se subraya en el texto, a través de un minucioso análisis de la estructura de la Junta que manejaría el patrimonio señalado en el testamento, la Directiva debería hacer rentables los bienes encomendados que comprendían tanto propiedades rústicas, como urbanas, asimismo las acciones mineras y demás pertenencias, incluidos muebles, joyas y otros objetos de valor, tarea nada sencilla dadas las distintas crisis nacionales y mundiales que se afrontaron durante todo el siglo XX.

En las directivas dejadas por Ignacia Rodulfo para asegurar la idoneidad de quienes presidirían la Junta se diseñó  el perfil de los elegidos que deberían ser de probidad acreditada, creyentes, con visión de hombres de negocios, que marchasen de acuerdo a los tiempos y que tuvieran fe en la labor que se les encomendaba.

La mirada histórica que trae este relato destaca como quienes han manejado la Fundación durante todo este siglo han realizado una obra continua que logró salvar crisis como la de 1929-1932, sobreponerse a la segunda guerra mundial, a la crisis de los años ochenta y llegar al siglo XXI en capacidad de ampliar la cobertura de instituciones a las cuales asignaban ayudas, permanentes unas veces y otras eventuales, tanto a instituciones, como a particulares venidos a menos, según los casos.

También cabe destacar que, a diferencia de otras instituciones, son muy escasas las circunstancias en las cuales se han presentad malos manejos incorrectos, dado el permanente auto control a través de auditorías internas. Encontramos en el funcionamiento de la institución una mística en el compromiso de los directivos tanto en el respeto de la voluntad  de la fundadora, cuanto en la identificación del presidente y en los miembros de la directiva, con los objetivos establecidos desde el inicio de la institución.

Consideramos importante subrayar como la mística desarrollada en la Fundación fue el motor que hizo posible la supervivencia y el crecimiento de la institución, así como la visión financiera para las inversiones y la elección de las asesorías para el éxito en el manejo de las diferentes negocios con los cuales pudieron aumentar sus capitales y extender las ayudas a las instituciones con las cuales han comprometido la asistencia no solo con asignaciones mensuales o anuales, sino en la mejora  permanente de la calidad de vida de los internos incluyendo alimentación, salud y demás necesidades., 

Otro aspecto que nos resalta el texto es el seguimiento del destino de las ayudas, tanto para que no desviasen de sus objetivos, cuanto para cubrir las mayores necesidades que pudieran estar sufriendo los beneficiados.

No quiero alargar más esta exposición, porque habría mucho que decir. Termino esta presentación  haciendo un reconocimiento a la fidelidad de quienes han manejado y manejan la fundación a  los propósitos de doña Ignacia. Y, algo más, los directivos, a través del movimiento financiera de estos bienes, han sido capaces de responder a los nuevos retos que se presentan en el mundo de hoy, sin desviarse de la importancia que tiene la Doctrina Social de la Iglesia en busca de una sociedad mejor.

El mejor testimonio de los logros alcanzados por la Fundación se reflejan en lo expresado por algunos de los beneficiados con la ayuda que han recibido, algunos desde la niñez hasta su inserción en el mundo laboral, por todo lo cual felicitamos y agradecemos los cien años de vida de la Fundación Ignacia y gracias también a sus directivos y al autor de la obra que nos introduce detalladamente en la historia de Ignacia y la Fundación.

Lima, 19 de marzo de 2025.

MGM


[1] Fueron arduas las discusiones en la comisión para la preparación del nuevo Código Civil, aprobado en 1936, según el cual ya la mujer deja de estar bajo la patria potestad de los varones y puede manejar su bienes sin el consentimiento de un tutor. Ya en la Constitución  de 1933 se le había dado el voto para las elecciones Municipales, aunque no fueron convocadas  hasta los años sesenta.
[2] María Alvarado fue una activista del feminismo a comienzos del siglo XX en el Perú  y librepensador.

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DOÑA IGNACIA, PIONERA DEL EMPODERAMIENTO DE LA MUJER EN EL PERÚ

Ignacia Rodulfo y López Gallo no solo se distinguió por practicar intensamente la caridad cristiana, brindar ayuda social a los más necesitados y visionariamente crear una institución (que luego sería la Fundación Ignacia) para preservar su obra en el tiempo, sino que su vida fue un ejemplo del empoderamiento de la mujer entre fines del siglo XIX e inicios del XX, época en que se desarrolló una intensa actividad feministas en el mundo en defensa de los derechos de la mujer. 

Es por ello que, con ocasión de conmemorarse este sábado 8 de marzo el Día Internacional de la Mujer, la Fundación Ignacia destaca el papel de Doña Ignacia en la reivindicación de los derechos de la mujer en el Perú y su activa participación en las diferentes organizaciones lideradas por mujeres, dedicadas a realizar obras sociales, las que sumaron esfuerzos para atender a la población vulnerable de la Lima devastada tras la Guerra del Pacífico. 

En aquella época, la mujer estaba invisibilizada y se dedicaba solo a las labores del hogar, a procrear y cuidar a los hijos. Era el “Ángel del hogar” por su figura tierna y dulce, y dependía del padre o del esposo. No podía tomar decisiones, realizar compras, firmar contratos, ni siquiera vender sus propiedades adquiridas por herencia.

 UNA MUJER EMPODERADA 

Pero Doña Ignacia rompió los patrones del modelo de mujer en aquellos años. La ayuda social que brindó la hizo en forma discreta sin mayor figuración pública; fue una determinación de ella. También, tomó sus propias decisiones en la gestión de su patrimonio. Por ejemplo, incrementó sus propiedades comprando la hacienda San Juan y mandando a construir su casa entre la calle Washington y Paseo Colón, ambas administradas ahora por la Fundación Ignacia.

 Ella no solo preservó su fortuna, sino que la incrementó gracias a la gestión que llevó a cabo. Cabe mencionar que los recursos económicos de doña Ignacia eran destinados a la ayuda social que brindaba, especialmente a niños y niñas con problemas de audición y ceguera, mujeres vulnerables y adultos mayores enfermos o en abandono. 

A fines del siglo XIX e inicios del XX, en el Perú también surgieron grupos femeninos que exigían la igualdad de oportunidades y el respeto por los derechos de la mujer. Doña Ignacia apoyó algunos, como la Unión Católica de Señora, creada en 1888, la misma que -además de desarrollar obras sociales vinculadas a la labor misionera- participó en las polémicas por las leyes del matrimonio de no católicos (1897) y la tolerancia religiosa (1913-1915). Una de las hermanas de Ignacia fue parte de la directiva.

 Siempre estuvo vinculada a la labor de asistencia y caridad de las congregaciones de religiosas que, en aquellos años, empezaron a llegar al país, como las Hijas de la Caridad, del Sagrado Corazón, hermanitas de los Ancianos Desamparados. También apoyó a mujeres católicas que hacían obra social, como Juana Alarco de Dammert y su Sociedad Auxiliadora de la Infancia, que creó una escuela para niños de bajos recursos.

 

Por estos motivos es que la vida de doña Ignacia es de gran relevancia en la historia de la reivindicación de los derechos de la mujer en el Perú y la igualdad de oportunidades. Se le podría considerar como pionera en su tiempo ya que su ejemplo de vida y obra fue seguido por muchas mujeres de aquella época, quienes empezaron a darle otro sentido al papel de la mujer en el hogar, en el trabajo, así como en el desarrollo y conducción del país.

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DOÑA IGNACIA, PIONERA DEL EMPODERAMIENTO DE LA MUJER EN EL PERÚ

Ignacia Rodulfo y López Gallo no solo se distinguió por practicar intensamente la caridad cristiana, brindar ayuda social a los más necesitados y visionariamente crear una institución (que luego sería la Fundación Ignacia) para preservar su obra en el tiempo, sino que su vida fue un ejemplo del empoderamiento de la mujer entre fines del siglo XIX e inicios del XX, época en que se desarrolló una intensa actividad feministas en el mundo en defensa de los derechos de la mujer. 

Es por ello que, con ocasión de conmemorarse este sábado 8 de marzo el Día Internacional de la Mujer, la Fundación Ignacia destaca el papel de Doña Ignacia en la reivindicación de los derechos de la mujer en el Perú y su activa participación en las diferentes organizaciones lideradas por mujeres, dedicadas a realizar obras sociales, las que sumaron esfuerzos para atender a la población vulnerable de la Lima devastada tras la Guerra del Pacífico. 

En aquella época, la mujer estaba invisibilizada y se dedicaba solo a las labores del hogar, a procrear y cuidar a los hijos. Era el “Ángel del hogar” por su figura tierna y dulce, y dependía del padre o del esposo. No podía tomar decisiones, realizar compras, firmar contratos, ni siquiera vender sus propiedades adquiridas por herencia.

 UNA MUJER EMPODERADA 

Pero Doña Ignacia rompió los patrones del modelo de mujer en aquellos años. La ayuda social que brindó la hizo en forma discreta sin mayor figuración pública; fue una determinación de ella. También, tomó sus propias decisiones en la gestión de su patrimonio. Por ejemplo, incrementó sus propiedades comprando la hacienda San Juan y mandando a construir su casa entre la calle Washington y Paseo Colón, ambas administradas ahora por la Fundación Ignacia.

 Ella no solo preservó su fortuna, sino que la incrementó gracias a la gestión que llevó a cabo. Cabe mencionar que los recursos económicos de doña Ignacia eran destinados a la ayuda social que brindaba, especialmente a niños y niñas con problemas de audición y ceguera, mujeres vulnerables y adultos mayores enfermos o en abandono. 

A fines del siglo XIX e inicios del XX, en el Perú también surgieron grupos femeninos que exigían la igualdad de oportunidades y el respeto por los derechos de la mujer. Doña Ignacia apoyó algunos, como la Unión Católica de Señora, creada en 1888, la misma que -además de desarrollar obras sociales vinculadas a la labor misionera- participó en las polémicas por las leyes del matrimonio de no católicos (1897) y la tolerancia religiosa (1913-1915). Una de las hermanas de Ignacia fue parte de la directiva.

 Siempre estuvo vinculada a la labor de asistencia y caridad de las congregaciones de religiosas que, en aquellos años, empezaron a llegar al país, como las Hijas de la Caridad, del Sagrado Corazón, hermanitas de los Ancianos Desamparados. También apoyó a mujeres católicas que hacían obra social, como Juana Alarco de Dammert y su Sociedad Auxiliadora de la Infancia, que creó una escuela para niños de bajos recursos.

 

Por estos motivos es que la vida de doña Ignacia es de gran relevancia en la historia de la reivindicación de los derechos de la mujer en el Perú y la igualdad de oportunidades. Se le podría considerar como pionera en su tiempo ya que su ejemplo de vida y obra fue seguido por muchas mujeres de aquella época, quienes empezaron a darle otro sentido al papel de la mujer en el hogar, en el trabajo, así como en el desarrollo y conducción del país.

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